La Espada Y La Cruz: Cinco siglos de utopía populista en América Latina

Ensayo hist rico-pol tico y social, sobre la conexi n entre poder pol tico y religi n en Am rica Latina, desde la conquista hasta el papa Francisco (incluido el crecimiento del evangelismo regional), o, dicho de otro modo, desde los encomenderos hasta Ch vez y Kirchner. El primer cap tulo analiza cr ticamente las teor as populistas (desde los encomenderos y jesuitas de la Colonia hasta Laclau y Chantal Mouffe). La idea con la cual fue concebido este ensayo es la de intentar hallar las ra ces hist rico-culturales del populismo latinoamericano. Y esas ra ces hay que buscarlas, seg n la tesis aqu expuesta, en la religiosidad de la poblaci n latinoamericana. Este es un ensayo laico, en el sentido m s habitual de la palabra. Por lo tanto que no se trata de criticar a una religi n, cualquiera esta fuese, por su contenido teol gico. Y mucho menos a quienes profesan esas creencias, ya que todos tienen derecho a ello. No es la religi n como tal la que en estas p ginas es debatida. Adem s, la Iglesia en la poca de la colonia no era la misma que hoy conocemos, porque en el territorio colonial ten a m s poder el Rey que el Papa. Lo civil y lo eclesi stico, la Iglesia y el Estado no eran todav a compartimentos estancos, sino ampliamente interrrelacionados. Espa a (o lo que hoy llamamos Espa a) aspiraba a lo que Loris Zanatta denomin s ndrome de unanimidad espiritual. La religiosidad a la que aqu hacemos referencia no es sin nimo de religi n, aunque existe una conexi n entre una y otra. Fueron necesarios 500 a os de sincretismo religioso para llegar al estado actual del tema, por lo cual conviven en nuestra vida cotidiana pensamientos y actividades contradictorios y conflictivos en lo teol gico.El populismo es, a nuestro entender, una estrategia y una acci n pol tica fundamentada en el apoyo de las masas a un l der carism tico, paternalista y autoritario que ofrece el sue o del para so terrenal, articulando demandas insatisfechas de sectores diversos y homogeneizando a sus seguidores contra el enemigo com n, que es definido por ese mismo l der.El populismo vende una fantas a m gica, que consiste en aquello que har por el pueblo elegido, y cultivan la idolizaci n del l der, es decir una devoci n religiosa hacia l (o ella). Tambi n es cierto que hay que visualizar que existe otro problema sin resolver: las lites debieran comprender los graves problemas sociales latinoamericanos y preocuparse por la b squeda de soluciones estructurales, sin esperar a que l deres mesi nicos populistas pongan en riesgo la democracia.El populismo establece siempre un liderazgo confrontativo. Es el l der quien elige qui nes componen el pueblo y define su antag nico, el antipueblo: puede ser interno o externo (la oligarqu a o el imperialismo), circunstancial o permanente. A veces es algo tan ambiguo como la sinarqu a internacional (Per n dixit). Ese antipueblo es el culpable de la opresi n, la injusticia, la inequidad y todos los infortunios, incluyendo, en caso que ello ocurra, el fracaso del l der en el logro de la promesa ut pica. Y cada uno de los fracasos ser solo transitorio, porque la promesa del para so perdido seguir en pie.Pueblo y antipueblo son constructos elaborados mediante una operaci n hegem nica basada en el conflicto amigos/enemigos, funcionales a los objetivos del l der y el pueblo es presentado como una unidad m tica, fuente de legitimidad. La democracia pasa a ser solo una cuesti n formal, porque la legitimidad es propiedad personal de ese l der.Este act a como si conociese todas y cada una de las reivindicaciones de ese pueblo y para todas tuviese soluci n. Su legitimidad deriva de lo que l dice que el pueblo desea. Lo que el l der no incluya en su listado no es una reivindicaci n v lida.