El último Zelofonte

La narraci n dispone desde el vamos lo fant stico, reclamando del lector desde un principio la suspensi n de la incredulidad de la que hablaba Coleridge, ante la declarada existencia del animal que da t tulo a la obra, un ser de rasgos mitol gicos que, sin embargo, es la obsesi n de un cient fico probado, un antrop logo argentino distinguido con el Premio Nobel. Si en principio resulta extra o que un animal sea el objeto de las preocupaciones de un antrop logo y no de un zo logo, un et logo, o eventualmente un paleont logo, las caracter sticas que se van conociendo de este ser -del que hasta entonces solo se han encontrado huesos y otros escasos vestigios- acaban por justificar el inter s del cient fico. Al filo de la eternidad -se presume-, el zelofonte suele hibernar durante meses o incluso a os, posee una capacidad mim tica que le permite pararse en dos patas, entender y hablar diversas lenguas y una sabia prudencia que lo induce a callar y optar por la telepat a. En su plexo solar, alberga un arp n que es parte de su propio cuerpo y que, de ser disparado, provocar a tanto la muerte de quien lo recibiera como la del propio animal, estableciendo as una particular tica en relaci n con la vida y la muerte. Especie orgullosa de su elegancia ontol gica, una vez muerto uno de ellos, sus cong neres devoran minuciosamente sus restos carnales para evitar al mundo el espect culo de su corrupci n y exhibir, en cambio, la estilizada belleza de su esqueleto, que incluso ha servido de material elemental -a ellos o a monjes de oriental sapiencia- para construir ciudades que son, al mismo tiempo, aut nticos osarios. La forma de vida del zelofonte, palabra cuya etimolog a exacta se desconoce, constituye un emblema del amor universal y la comuni n con la naturaleza. La b squeda del que, presuntamente, es el ltimo ejemplar de esa especie casi extinta tiene, pues, las caracter sticas de una utop a. El cient fico la lleva a cabo como un ltimo intento de devolver al mundo la paz y la armon a que la humanidad ha perdido por haber extraviado, seg n el sabio, el camino del amor verdadero. Esta aventura antropol gica pone en juego a hombres y animales, al bien y el mal, a Oriente y Occidente, al pasado y el presente, a la religi n y el mito, al amor y la muerte; y es atravesada por un episodio crucial de la historia argentina que no ha cesado de alimentar el imaginario de sus habitantes. Cuenta con la intervenci n siniestra de un embalsamador ambicioso y sin escr pulos, la oposici n de un hermano obsesionado por el ahorro y el favorable concurso de una hermosa vestal de Oriente y su hija no menos bella, un pu ado de animales solidarios, una ni a aborigen, prostitutas y procaces hombres de La Boca, deidades y animales subacu ticos, y un adolescente enamorado. La luminosidad de la escritura de Levinson logra dar cauce eficaz a este profuso conjunto de personajes y cuestiones que, en manos de cualquier otro escritor, habr an llevado el relato al caos y la confusi n, si no al disparate.