Braceros: Entre rejas y cañas: La conciencia mística

Con apena quince a os, Dora Collado inicia una revoluci n que enfrentara a los colonos de un pa s de caribe y sus maltratados subalternos, los trabajadores de las ca as. Proveniente de una familia acomodada y de tradici n cat lica, La diva como se hace llamar por sus mejores amigos y compa eros de lucha, se casa con un joven proveniente de una familia de escasos recursos econ micos, cortadores de ca as y seguidores del vud . El amor entre ambos afectado por el seguimiento de fen menos sobrenaturales los pone en contra de la familia de materna de ella y los impulsa a emprender la lucha por liberaci n de los braceros esclavizados por los colonos durante siglo, llevando a convertir esta lucha en un juicio que se transforma en el juicio del siglo, al enfrentar grandes sectores de poder, con la clase humilde y trabajares de ese pa s. Las revelaciones que tiene Jaimite esposo de Dora a trav s de unos instrumentos de corte, ayudan a lograr cosas que durante siglos los trabajadores de las ca as no hab an podido conseguir al ser atacado cada momento por los cuerpos de seguridad de las empresas. La extra a aparici n se mov a en forma circular, repudiando como edema putrefacto la acci n del cura, ante la actitud negativa de retirarse del lugar, como si los sucesos acontecidos en pocas anteriores que se posaban en el cerebro de las concurrencias, afectaran a todos, trayendo un cambio al momento, y ubicando como moradas impert rritas el lugar, donde se declaraba una guerra entre grupos que hac an tiempo dentro del cementerio, con el objetivo de organizar una pelea desigual donde muchos iban a caer, mientras otro esperaban el s para comenzar a defender sus refugios. Al denotar que todos se miraran anonadados, conectando con su expresi n a otros sucesos no muy lejano y que muy probable llegar an en d as posteriores, o con el salir del sol cuando partieran del camposanto. Para que no se armara un conflicto entre los grupos, los que estaban frente al funeral, ten an que salir por la puerta trasera, evitando ser atrapados por otros grupos de xen fobos que esperaba en la salida del frente, con intenci n de atacarlos con pedazos de hierros oxidados, piedras calizas, maderas encorchadas y armas de fuego de altos calibres, provoc ndole a algunos algo similar a lo que hicieron al difunto. Con la presencia de otras comitivas que entraron al cementerio, sus cuerpos comenzaron a temblar, unos pensamientos vagos y malignos empezaron a arropar su cerebro, impregn ndose en la imaginaci n de las mayor as, al dejar claro que luchar an por su libertad sin importar cuanto sucumbieran en la hecatombe que provocar a aquella bronca. Al levantar sus cabezas observaron en el aire una nube de polvo detr s de la pared, empujada por el viento, que se acercaba a ellos como fieras enfurecidas que no dar a tregua a su liberaci n. Todos sorprendidos se miraron fijamente a los ojos, al sentir los reflejos de una turba de seres extra os que aparec a en el campo con movimientos macilentos y perezosos. Simult neamente a los actos f nebres dentro del cementerio, una sombra oscura y siniestra, un poco dantesca, parecida a la imagen de un reptil gigante avanzaba sigilosamente, ti endo de gris la inherente cicatriz dejada por las nubes, que en ese momento reinaban bajo la calurosa y resplandeciente capa de la b veda azulosa.