Los Seis Velos

Hace alg tiempo que mi amigo Rafael y yo, m嫳 enamorados de la muerte que de la vida, dimos un largo paseo por el mar a las altas horas de una tranquila noche de verano, sin otra compa劖a que la implacable luna, y rigiendo por nosotros mismos un barquichuelo del tama隳 de un ata. Cansados de remar, y ext嫢icos ante la solemne calma de la Naturaleza, acabamos por abandonar el bote a merced de las olas, confiando en la mansedumbre con que lo acariciaban, o m嫳 bien en nuestra mala suerte, que parec燰 decidida a no ayudarnos a morir. Rafael hab燰 cantado una pat彋ica barcarola, y cuya letra dec燰 de este modo: Boga, boga sin recelo, Del remo al impulso blando, Como las almas bogando Van desde la tierra al cielo. Boga, que el viento no zumba Y la mar se duerme en calma; Boga, como boga el alma Desde la cuna a la tumba. Esta sencilla canci鏮 hab燰 aumentado la tristeza que nos devoraba; tristeza que en 幨 era ing幯ita o consubstancial, y que a m?me hab燰n comunicado los libros rom嫕ticos, algunos hombres sin creencias y las esquiveces de la fortuna...