El Desquite de Sandokán

Si hubiese estallado una granada a los pies de los dos tigres de Mompracem y del viejo cazador de la jungla no habr燰 producido ciertamente tanto efecto como aquel nombre que hab燰 pronunciado casi con indiferencia Kammamuri. Teotokris, el condenado griego, el antiguo favorito del raj?de Assam, que tantos tropiezos les hab燰 creado, se encontraba en Borneo, a la cabeza de las salvajes hordas de los dayakos... Sandok嫕 hab燰 sido el primero en recobrarse del estupor inmenso que hab燰 producido aquel nombre. - Qu?has dicho, Kammamuri? -pregunt?. Rep癃enos ese nombre. -S? Teotokris est?aqu? se隳res -dijo el indio. - Es imposible! -exclamaron al un疄ono Sandok嫕, Tremal-Naik y Y摙ez. -S? Teotokris est?aqu?-repiti?Kammamuri. - Qui幯 te lo ha dicho? -pregunt?Y摙ez. - Que qui幯 me lo ha dicho? Lo he visto con mis propios ojos! - T? -S? se隳r Y摙ez. Fue 幨 quien me captur?y mat?al balo salvaje de cuatro disparos de pistola, cuando corr燰 por la selva. - No te habr嫳 equivocado? -pregunt?Sandok嫕-. Tal vez era uno de los dos hijos del raj?del lago de Kin-Ballu.